Núcleo 6. Símbolos de carne y hueso

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Narrado por Jorge Obregón

Narrado por Jorge Obregón

En este núcleo impera una estética muy diferente a la de otras salas, emparentadas con la belleza griega, la armonía, el tono apolíneo. Aquí la atmósfera la pone un sentimiento trágico; en algún caso, el horror, la conmoción que se desprende de advertir los símbolos replanteados a partir de la realidad tangible, de carne y hueso. Si el helenismo de Elvira Gascón encontró en sus representaciones una verdad acorde con el devenir cultural de Occidente, las formas del catolicismo carecen de verdad; más allá de su calidad artística, los cristos perfectos no revelan lo escrito en la Biblia –que Elvira Gascón conocía–, ni se corresponden con la realidad étnica mexicana. Pensar a los cristos fundados en su realidad cruda es devolverles la posibilidad de significar. De igual modo, pensar a los ángeles, demonios, santos (como san Sebastián) de carne y hueso, es reconocer su existencia en la materialidad del mundo.


Desde mediados de la década de los años setenta, Elvira Gascón prefirió la pintura sobre el dibujo. Si bien había dominado con maestría este medio, en los últimos años realizó un giro total hacia una inquietante comunión entre los temas álgidos y las soluciones plásticas cargadas de emoción. En estas obras los valores pictóricos sobrepasan o suplen a la línea. Los brochazos amplios y las aplicaciones del material mediante un trapo demuestran una libertad creativa absoluta que no pretende gustar, sino hacer pensar. Algo hay de la herencia española en la predominancia de los colores de tierra, así como cierto “parecido de familia” con José Clemente Orozco y otros pintores asociados al expresionismo histórico. Pero la originalidad y los niveles propositivos alcanzados en obras como Las montañas de Monterrey son contundentes.