Núcleo 1. Helenismo
El helenismo de Elvira Gascón debe asociarse con las búsquedas vanguardistas del regreso al origen, propósito recurrente en el arte durante los periodos de entreguerra y de posguerra. Su pasión sobre el tema nació en su época de estudiante en la Academia de San Fernando. En unas vacaciones de verano visitó un museo de reproducciones en Madrid, llamado La Casona, y ahí quedó fascinada. Tendría dieciocho años y ya contaba con un bagaje que le permitía valorar aquellas piezas que, aunque falsas, representaban la perfección armónica, el equilibrio –incluso en su ausencia de color, porque esa cualidad implica la afectación benéfica del tiempo. Piezas similares las encontraría años después en la Antigua Academia de San Carlos, de la Ciudad de México, lo cual la emocionó profundamente.
Su helenismo se vigorizó con su influencia picassiana –asumida con plena originalidad hablaría de un “helenismo picassiano”– y con su relación amistosa y editorial con Alfonso Reyes, para quien ilustró, entre otras obras, su traducción de las nueve rapsodias de La Ilíada. Su viaje a Grecia, efectuado a mediados de la década de los años 50, también influyó en esa inclinación.
Esa poderosa vertiente en su obra implicó la adopción de un canon clásico que, en términos teóricos, significó la alianza entre belleza y verdad en la medida en que incorporó la perfección idealizada por una vasta tradición cultural. Este ideal es especialmente visible en los desnudos, plenos de gracia y suave erotismo, que también se vinculan con la estética de la India y, como se mencionó antes, con El Cantar de los Cantares.