Pelegrín Clavé

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Narrado por Jorge Obregón

Narrado por Jorge Obregón

El retratista por excelencia de la aristocracia mexicana a mediados del s. XIX, Pelegrín Clavé (Barcelona, España, 1811 – Barcelona, España, 1880) llegó a México en 1846 con el cometido de ocupar el puesto de director de la Academia de San Carlos, país en el que permanecería durante veintiún años obteniendo un amplio reconocimiento como artista, maestro y gestor de la Academia.

Este extraordinario retrato de una dama —de identidad aún desconocida— reúne las características propias del estilo de Clavé para este género pictórico: una factura preciosista, cuidadas encarnaciones, proporciones equilibradas y, sobre todo, el rasgo ineludible del retratista virtuoso, un estudio profundo de las emociones. Aquí se aprecian las influencias del que fuera su maestro en Roma, Jean-Auguste-Dominique Ingres, y muy especialmente de su amigo, el pintor español Federico de Madrazo, ambos genios indiscutibles del retrato decimonónico.

De forma igualmente magistral, Clavé expone el estado melancólico de la joven retratada cuya mirada abismada y brazos lánguidos revelan una presencia, de alguna manera, ausente. Su medio rostro en sombra y la vestimenta romántica apuntan a la expresión de la introspección propia de la melancolía, una afectación que gozó de buena fama dentro de la aristocracia de corte intelectual por considerarse propia de una sensibilidad refinada y acorde con las tendencias del Romanticismo. En su mano derecha, la dama sostiene la flor del recuerdo por antonomasia: el pensamiento. 

A veces relacionada con el amor secreto, esta flor tuvo un enorme éxito en la Inglaterra del s. XIX llegando a ser una de las más apreciadas. A lo largo del siglo, aparecieron numerosas variantes híbridas que se establecieron como parte de las colecciones de aficionados y profesionales y dieron lugar a la creación de sociedades y concursos dedicados al pensamiento. Fue precisamente durante la época victoriana cuando se desarrolló el lenguaje codificado de las flores conocido como floriografía (floriography) en el que cada flor tenía asignado un significado secreto, permitiendo así a las personas, especialmente a los amantes, que lo usaran para expresar sentimientos y emociones sin necesidad de palabras. Una de las flores más populares era el pensamiento, que significaba “estoy pensando en ti”, “tengo pensamientos acerca de ti” o “te extraño”. 

Dada la popularidad de las floriografías victorianas, es más que probable sospechar que Clavé, previamente a su partida a México, estuviera en su conocimiento, decidiendo aludir a tan particular lenguaje a la hora de componer este nostálgico retrato. Además de ocupar un lugar destacado en la mano de la retratada, el pensamiento aparece inserto igualmente entre las flores del jarrón, así como en los aretes de la dama, formando una compacta triangulación que le otorga un protagonismo evidente.

Si bien es cierto que Clavé incorporaba flores en algunos de sus retratos, no solía vincularlas con la psicología de las personas retratadas, ni tampoco exploraba particularmente el empleo de diferentes especies, sino que su elección habitual era incluir la rosa en sus composiciones, como sucede en algunos de sus retratos más célebres: Retrato de la pintora Ángela Icaza (c. 1860), Retrato de Mariana Rubio de Cancino (1850) y Retrato de Rafael Cancino (1850) o Retrato de Ignacia y Lorenza Martínez Negrete de Alba (1846), entre otros.

Esta elección del pensamiento, una flor tan poco frecuente en su obra y mucho menos puesta en una conexión tan estrecha con la persona retratada, convierte a este lienzo en una llamativa excepción dentro del corpus del artista. A diferencia de otros retratos de damas de la aristocracia realizados por el artista, esta pintura de la Colección Kaluz ofrece un acercamiento distinto al trabajo de Clavé, donde el lenguaje floral se expresa en toda su potencia.

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