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Paisajes vivos

Paisajes vivos

La presencia de las plantas en la obra de José María Velasco se enmarca en una cultura visual del paisaje centrada en el mundo natural y su relación con lo humano. El pintor se suma a la tradición paisajística que estrechó los lazos entre el arte y la ciencia. 

Velasco observó con atención los vínculos entre lo inorgánico y lo vivo, así como las relaciones que unen suelos, plantas, animales y humanos. Sus dibujos y cuadernos, más que registros botánicos con un afán de exactitud, revelan la vitalidad del paisaje.

Obras como las vistas desde el cerro de Santa Isabel (década de 1870) o las diferentes perspectivas de la cuenca desde Tacubaya (década de 1880), evidencian ciclos humanos y naturales. En Volcán de Orizaba desde la hacienda de San Miguelito (1892), la abundancia de plantas individuales invita a reflexionar sobre la distribución de la flora, mientras que en Hacienda de Chimalpa (1893) muestra la huella humana sobre la tierra. Al centrarnos en la botánica de los paisajes de Velasco encontramos un mundo vivo y en transformación.

José María Velasco
(Temascalcingo, Edo. de México, 1840 – Ciudad de México, 1912) 
Valle de México desde el cerro de Atzacoalco, 1873 
Óleo sobre tela 
Colección particular

Esta pintura marca el inicio de las célebres composiciones panorámicas de gran formato que sobrevuelan la cuenca de México, por las que Velasco es ampliamente conocido. Esta perspectiva de los cerros del norte, ya explorada por su maestro, Eugenio Landesio, transmite la amplitud del altiplano central a través de un recorrido de norte a sur coronado por la cúspide del Ajusco.

El itinerario de esta primera gran composición, que comienza con una escena de adoración en los cerros y termina en las cumbres, sugiere una superposición de antigüedad y modernidad en el espacio de la cuenca. La escena, inscrita en una vista abarcadora y descriptiva de las formas geológicas y vegetales, muestra una comprensión estratificada del paisaje que reúne historia y naturaleza.

José María Velasco
(Temascalcingo, Edo. de México, 1840 – Ciudad de México, 1912) 
Valle de México, 1884.
Óleo sobre tela 
Colección particular / Cortesía Drexel Galería

José María Velasco
(Temascalcingo, Edo. de México, 1840 – Ciudad de México, 1912) 
El Valle de México desde el cerro de Santa Isabel, 1884.
Óleo sobre tela 
Colección Museo Soumaya.Fundación Carlos Slim, Ciudad de México, México

Velasco se sitúa, en la década de 1870, en Santa Isabel, desde un punto de vista distante. A través de un vuelo veloz y extenso, sus vistas invitan al espectador a apropiarse de una síntesis de la región: lo que pintores como Carl Gustav Carus y naturalistas como Alexander von Humboldt llamaron una fisonomía.

Velasco representa la flora típica de la sierra de Guadalupe y la integra en un vasto marco natural que abarca cerros, lagos y la ciudad, hasta culminar en la cordillera con los volcanes nevados y la serranía del Ajusco. Estas escenas, cargadas de referencias históricas a los lugares representados, se enlazan con una percepción geológica. Geólogos como Mariano Bárcena lo señalaron: en la Exposición Universal de Filadelfia de 1876 comentó la versión en gran formato de la Vista del valle de México desde el cerro de Santa Isabel, aquí mostrada en dos variantes de 1884. A lo largo de su trayectoria, esta fue la pintura más solicitada y la que más veces repitió para coleccionistas locales y extranjeros, prueba de la pregnancia de este paisaje en la fijación de una imagen de la región, que al mismo tiempo valió como síntesis visual del país.

José María Velasco
(Temascalcingo, Edo. de México, 1840 – Ciudad de México, 1912) 
Valle de México, 1884.
Óleo sobre tela 
Colección particular / Cortesía Drexel Galería

José María Velasco
(Temascalcingo, Edo. de México, 1840 – Ciudad de México, 1912) 
El Valle de México desde el cerro de Santa Isabel, 1884.
Óleo sobre tela 
Colección Museo Soumaya.Fundación Carlos Slim, Ciudad de México, México

Velasco se sitúa, en la década de 1870, en Santa Isabel, desde un punto de vista distante. A través de un vuelo veloz y extenso, sus vistas invitan al espectador a apropiarse de una síntesis de la región: lo que pintores como Carl Gustav Carus y naturalistas como Alexander von Humboldt llamaron una fisonomía.

Velasco representa la flora típica de la sierra de Guadalupe y la integra en un vasto marco natural que abarca cerros, lagos y la ciudad, hasta culminar en la cordillera con los volcanes nevados y la serranía del Ajusco. Estas escenas, cargadas de referencias históricas a los lugares representados, se enlazan con una percepción geológica. Geólogos como Mariano Bárcena lo señalaron: en la Exposición Universal de Filadelfia de 1876 comentó la versión en gran formato de la Vista del valle de México desde el cerro de Santa Isabel, aquí mostrada en dos variantes de 1884. A lo largo de su trayectoria, esta fue la pintura más solicitada y la que más veces repitió para coleccionistas locales y extranjeros, prueba de la pregnancia de este paisaje en la fijación de una imagen de la región, que al mismo tiempo valió como síntesis visual del país.

José María Velasco (Temascalcingo, Edo. de México, 1840 – Ciudad de México, 1912) Valle de México desde el cerro del Tenayo, 1885 
Óleo sobre tela 
Colección de Arte Scotiabank

El árbol del Perú o pirú (Schinus molle) aparece tanto en los trabajos botánicos de Velasco como en sus paisajes de los cerros del norte de la ciudad. Durante las tres últimas décadas del siglo, se suscitó un gran interés por su utilidad médica y comercial, así como por su capacidad de adaptarse a condiciones desfavorables. También cobró relevancia el hecho de que esta especie había sido introducida desde Perú por el virrey Antonio de Mendoza, según afirmó el sabio novohispano José Antonio Alzate. Para el siglo XIX, el pirú se había convertido en un árbol característico del paisaje serrano de la cuenca. La vigorosa presencia de especies que crecen entre las rocas más agrestes es lo que Velasco pone de relieve. 

José María Velasco
(Temascalcingo, Edo. de México, 1840 – Ciudad de México, 1912) 
Valle de México tomado en las lomas de Tacubaya, 1885 
Óleo sobre tela 
Colección particular

José María Velasco 
(Temascalcingo, Edo. de México, 1840 – Ciudad de México, 1912) 
Valle de México, 1888 
Óleo sobre tela
Banco Nacional de México

Hacia las décadas de 1880 y 1890, Velasco prefirió puntos de vista más bajos y composiciones amplias que guían la mirada lateralmente mientras ascienden lentamente hacia el horizonte. Valle de México, tomado en las lomas de Tacubaya (1885) y Valle de México (1888), son variaciones de una misma vista que recorre la cuenca hasta los volcanes desde Tacubaya. En ambos casos, los planos frontales despliegan un rico repertorio de especies caracterizadas, como el agave en floración. Sus esmerados dibujos de la flor y el tallo (quiote) atestiguan su interés por los ciclos de vida y reproducción de la especie. En sus pinturas, la presencia de agaves de distintos tamaños alrededor de la planta madre sugiere formas de reproducción y ciclos de vida. 

Las distintas versiones de esta vista ofrecen una transformación de las actividades estacionales a través de diferentes escenas, cambios en la vegetación y en la tonalidad. La de 1888 incorpora un episodio con más personajes y una gran diversidad botánica. En muchas ocasiones, Velasco se interesó por los ritmos de vida y de trabajo fuera de la ciudad, adaptados a los ciclos de la cuenca. Tanto la escena como las observaciones botánicas y el conjunto completo señalan un proceso de persistencia y renovación que propone una relación íntima entre el mundo vegetal y el humano. 

José María Velasco 
(Temascalcingo, Edo. de México, 1840 – Ciudad de México, 1912) 
Volcán de Orizaba desde la Hacienda de San Miguelito, 1892 
Óleo sobre tela 
Colección particular

En esta obra, José María Velasco despliega una mirada ascendente que lleva la vista desde la fronda hasta la cumbre nevada. A diferencia de las vistas aéreas de la década de 1870, en este caso el observador se sitúa a media altura. La densa vegetación guía un recorrido que escala en planos sucesivos —cañada, llanura, cordilleras— hasta el volcán. En ella desfilan distintas especies de plantas. De izquierda a derecha, se pueden ver, entre otras: la punta de flecha (Syngonium), la mafafa (Xanthosoma robustum), el eucalipto (Eucalyptus), la falsa banana (Ensete ventricosum) y la yuca (Yucca guatemalensis). La pintura del Pico de Orizaba se relaciona con los modos de observación hallados en la geografía vertical de Alexander von Humboldt, al ofrecer una impresión de conjunto de relaciones físicas, orgánicas y climáticas.  

José María Velasco (Temascalcingo, Edo. de México, 1840 – Ciudad de México, 1912)
Hacienda de Chimalpa, 1893 
Óleo sobre tela 
INBAL / Museo Nacional de Arte

Hacia el fin del siglo XIX, Velasco hizo evidente un paisaje transformado en el que se reconocen huellas de la impronta humana. En los llanos de Apan, en Hidalgo, se observa un relieve marcado por la erosión y las extensas hileras de agaves plantados, sugiriendo una comparación entre las fuerzas geológicas y el poder de la transformación humana. Para entonces el agave, objeto de interés constante en los estudios botánicos y agrícolas desde tres décadas antes, se convirtió en la referencia visual de una economía en auge. La pintura, hecha para el dueño de la hacienda pulquera Patricio Sanz, se revela como la mirada del propietario, sin que su inclusión en el cuadro fuese necesaria. Son las marcas materiales, como el casco de la hacienda y las plantaciones, las que señalan el carácter de la propiedad. La mirada desde lo alto expresa un deseo de dominio; en el suelo, ese mismo impulso se vuelve tangible en la geometría ordenada de la hacienda y sus plantaciones.

José María Velasco
(1840 – 1912)
Libreta 9, pp. 4 y 5 s/f
Media encuadernación con puntas, en piel y papel marmoleado amarillo con negro, se compone de 15 cuadernillos con un número variable de fojas
Colección Museo Kaluz

 

De entre las nueve libretas de notas que existen en el Archivo Velasco, esta es la que contiene un mayor número de dibujos botánicos. Es un valioso testimonio del proceso artístico del pintor, así como de la flora con la que tuvo contacto. En colaboración con el equipo del Herbario Nacional del IBUNAM, se han identificado en ella más de 50 especies de plantas diferentes y se asocia con el proyecto de la Flora del valle de México.

En las últimas páginas de la libreta se encuentra el herbario personal de José María Velasco. Además de dibujar los ejemplares botánicos, el pintor los colectaba y guardaba cuidadosamente entre sus páginas. Entre ellos destacan varias especies de helechos como el nativo de México, Pleopeltis madrensis o el helecho dorado, Myriopteris aurea.

Esta libreta es un medio entre el trabajo de campo y el gabinete, prueba del peso del conocimiento botánico en la comprensión de Velasco sobre el paisaje, a través de prácticas que no han sido suficientemente consideradas en el pasado. Es una herramienta en la producción del conocimiento.

La presencia de las plantas en la obra de José María Velasco se enmarca en una cultura visual del paisaje centrada en el mundo natural y su relación con lo humano. El pintor se suma a la tradición paisajística que estrechó los lazos entre el arte y la ciencia. 

Velasco observó con atención los vínculos entre lo inorgánico y lo vivo, así como las relaciones que unen suelos, plantas, animales y humanos. Sus dibujos y cuadernos, más que registros botánicos con un afán de exactitud, revelan la vitalidad del paisaje.

Obras como las vistas desde el cerro de Santa Isabel (década de 1870) o las diferentes perspectivas de la cuenca desde Tacubaya (década de 1880), evidencian ciclos humanos y naturales. En Volcán de Orizaba desde la hacienda de San Miguelito (1892), la abundancia de plantas individuales invita a reflexionar sobre la distribución de la flora, mientras que en Hacienda de Chimalpa (1893) muestra la huella humana sobre la tierra. Al centrarnos en la botánica de los paisajes de Velasco encontramos un mundo vivo y en transformación.

José María Velasco
(Temascalcingo, Edo. de México, 1840 – Ciudad de México, 1912) 
Valle de México desde el cerro de Atzacoalco, 1873 
Óleo sobre tela 
Colección particular

Esta pintura marca el inicio de las célebres composiciones panorámicas de gran formato que sobrevuelan la cuenca de México, por las que Velasco es ampliamente conocido. Esta perspectiva de los cerros del norte, ya explorada por su maestro, Eugenio Landesio, transmite la amplitud del altiplano central a través de un recorrido de norte a sur coronado por la cúspide del Ajusco.

El itinerario de esta primera gran composición, que comienza con una escena de adoración en los cerros y termina en las cumbres, sugiere una superposición de antigüedad y modernidad en el espacio de la cuenca. La escena, inscrita en una vista abarcadora y descriptiva de las formas geológicas y vegetales, muestra una comprensión estratificada del paisaje que reúne historia y naturaleza.

José María Velasco
(Temascalcingo, Edo. de México, 1840 – Ciudad de México, 1912) 
Valle de México, 1884.
Óleo sobre tela 
Colección particular / Cortesía Drexel Galería

José María Velasco
(Temascalcingo, Edo. de México, 1840 – Ciudad de México, 1912) 
El Valle de México desde el cerro de Santa Isabel, 1884.
Óleo sobre tela 
Colección Museo Soumaya.Fundación Carlos Slim, Ciudad de México, México

Velasco se sitúa, en la década de 1870, en Santa Isabel, desde un punto de vista distante. A través de un vuelo veloz y extenso, sus vistas invitan al espectador a apropiarse de una síntesis de la región: lo que pintores como Carl Gustav Carus y naturalistas como Alexander von Humboldt llamaron una fisonomía.

Velasco representa la flora típica de la sierra de Guadalupe y la integra en un vasto marco natural que abarca cerros, lagos y la ciudad, hasta culminar en la cordillera con los volcanes nevados y la serranía del Ajusco. Estas escenas, cargadas de referencias históricas a los lugares representados, se enlazan con una percepción geológica. Geólogos como Mariano Bárcena lo señalaron: en la Exposición Universal de Filadelfia de 1876 comentó la versión en gran formato de la Vista del valle de México desde el cerro de Santa Isabel, aquí mostrada en dos variantes de 1884. A lo largo de su trayectoria, esta fue la pintura más solicitada y la que más veces repitió para coleccionistas locales y extranjeros, prueba de la pregnancia de este paisaje en la fijación de una imagen de la región, que al mismo tiempo valió como síntesis visual del país.

José María Velasco
(Temascalcingo, Edo. de México, 1840 – Ciudad de México, 1912) 
Valle de México, 1884.
Óleo sobre tela 
Colección particular / Cortesía Drexel Galería

José María Velasco
(Temascalcingo, Edo. de México, 1840 – Ciudad de México, 1912) 
El Valle de México desde el cerro de Santa Isabel, 1884.
Óleo sobre tela 
Colección Museo Soumaya.Fundación Carlos Slim, Ciudad de México, México

Velasco se sitúa, en la década de 1870, en Santa Isabel, desde un punto de vista distante. A través de un vuelo veloz y extenso, sus vistas invitan al espectador a apropiarse de una síntesis de la región: lo que pintores como Carl Gustav Carus y naturalistas como Alexander von Humboldt llamaron una fisonomía.

Velasco representa la flora típica de la sierra de Guadalupe y la integra en un vasto marco natural que abarca cerros, lagos y la ciudad, hasta culminar en la cordillera con los volcanes nevados y la serranía del Ajusco. Estas escenas, cargadas de referencias históricas a los lugares representados, se enlazan con una percepción geológica. Geólogos como Mariano Bárcena lo señalaron: en la Exposición Universal de Filadelfia de 1876 comentó la versión en gran formato de la Vista del valle de México desde el cerro de Santa Isabel, aquí mostrada en dos variantes de 1884. A lo largo de su trayectoria, esta fue la pintura más solicitada y la que más veces repitió para coleccionistas locales y extranjeros, prueba de la pregnancia de este paisaje en la fijación de una imagen de la región, que al mismo tiempo valió como síntesis visual del país.

José María Velasco (Temascalcingo, Edo. de México, 1840 – Ciudad de México, 1912) Valle de México desde el cerro del Tenayo, 1885 
Óleo sobre tela 
Colección de Arte Scotiabank

El árbol del Perú o pirú (Schinus molle) aparece tanto en los trabajos botánicos de Velasco como en sus paisajes de los cerros del norte de la ciudad. Durante las tres últimas décadas del siglo, se suscitó un gran interés por su utilidad médica y comercial, así como por su capacidad de adaptarse a condiciones desfavorables. También cobró relevancia el hecho de que esta especie había sido introducida desde Perú por el virrey Antonio de Mendoza, según afirmó el sabio novohispano José Antonio Alzate. Para el siglo XIX, el pirú se había convertido en un árbol característico del paisaje serrano de la cuenca. La vigorosa presencia de especies que crecen entre las rocas más agrestes es lo que Velasco pone de relieve. 

José María Velasco
(Temascalcingo, Edo. de México, 1840 – Ciudad de México, 1912) 
Valle de México tomado en las lomas de Tacubaya, 1885 
Óleo sobre tela 
Colección particular

José María Velasco 
(Temascalcingo, Edo. de México, 1840 – Ciudad de México, 1912) 
Valle de México, 1888 
Óleo sobre tela
Banco Nacional de México

Hacia las décadas de 1880 y 1890, Velasco prefirió puntos de vista más bajos y composiciones amplias que guían la mirada lateralmente mientras ascienden lentamente hacia el horizonte. Valle de México, tomado en las lomas de Tacubaya (1885) y Valle de México (1888), son variaciones de una misma vista que recorre la cuenca hasta los volcanes desde Tacubaya. En ambos casos, los planos frontales despliegan un rico repertorio de especies caracterizadas, como el agave en floración. Sus esmerados dibujos de la flor y el tallo (quiote) atestiguan su interés por los ciclos de vida y reproducción de la especie. En sus pinturas, la presencia de agaves de distintos tamaños alrededor de la planta madre sugiere formas de reproducción y ciclos de vida. 

Las distintas versiones de esta vista ofrecen una transformación de las actividades estacionales a través de diferentes escenas, cambios en la vegetación y en la tonalidad. La de 1888 incorpora un episodio con más personajes y una gran diversidad botánica. En muchas ocasiones, Velasco se interesó por los ritmos de vida y de trabajo fuera de la ciudad, adaptados a los ciclos de la cuenca. Tanto la escena como las observaciones botánicas y el conjunto completo señalan un proceso de persistencia y renovación que propone una relación íntima entre el mundo vegetal y el humano. 

José María Velasco 
(Temascalcingo, Edo. de México, 1840 – Ciudad de México, 1912) 
Volcán de Orizaba desde la Hacienda de San Miguelito, 1892 
Óleo sobre tela 
Colección particular

En esta obra, José María Velasco despliega una mirada ascendente que lleva la vista desde la fronda hasta la cumbre nevada. A diferencia de las vistas aéreas de la década de 1870, en este caso el observador se sitúa a media altura. La densa vegetación guía un recorrido que escala en planos sucesivos —cañada, llanura, cordilleras— hasta el volcán. En ella desfilan distintas especies de plantas. De izquierda a derecha, se pueden ver, entre otras: la punta de flecha (Syngonium), la mafafa (Xanthosoma robustum), el eucalipto (Eucalyptus), la falsa banana (Ensete ventricosum) y la yuca (Yucca guatemalensis). La pintura del Pico de Orizaba se relaciona con los modos de observación hallados en la geografía vertical de Alexander von Humboldt, al ofrecer una impresión de conjunto de relaciones físicas, orgánicas y climáticas.  

José María Velasco (Temascalcingo, Edo. de México, 1840 – Ciudad de México, 1912)
Hacienda de Chimalpa, 1893 
Óleo sobre tela 
INBAL / Museo Nacional de Arte

Hacia el fin del siglo XIX, Velasco hizo evidente un paisaje transformado en el que se reconocen huellas de la impronta humana. En los llanos de Apan, en Hidalgo, se observa un relieve marcado por la erosión y las extensas hileras de agaves plantados, sugiriendo una comparación entre las fuerzas geológicas y el poder de la transformación humana. Para entonces el agave, objeto de interés constante en los estudios botánicos y agrícolas desde tres décadas antes, se convirtió en la referencia visual de una economía en auge. La pintura, hecha para el dueño de la hacienda pulquera Patricio Sanz, se revela como la mirada del propietario, sin que su inclusión en el cuadro fuese necesaria. Son las marcas materiales, como el casco de la hacienda y las plantaciones, las que señalan el carácter de la propiedad. La mirada desde lo alto expresa un deseo de dominio; en el suelo, ese mismo impulso se vuelve tangible en la geometría ordenada de la hacienda y sus plantaciones.

José María Velasco
(1840 – 1912)
Libreta 9, pp. 4 y 5 s/f
Media encuadernación con puntas, en piel y papel marmoleado amarillo con negro, se compone de 15 cuadernillos con un número variable de fojas
Colección Museo Kaluz

 

De entre las nueve libretas de notas que existen en el Archivo Velasco, esta es la que contiene un mayor número de dibujos botánicos. Es un valioso testimonio del proceso artístico del pintor, así como de la flora con la que tuvo contacto. En colaboración con el equipo del Herbario Nacional del IBUNAM, se han identificado en ella más de 50 especies de plantas diferentes y se asocia con el proyecto de la Flora del valle de México.

En las últimas páginas de la libreta se encuentra el herbario personal de José María Velasco. Además de dibujar los ejemplares botánicos, el pintor los colectaba y guardaba cuidadosamente entre sus páginas. Entre ellos destacan varias especies de helechos como el nativo de México, Pleopeltis madrensis o el helecho dorado, Myriopteris aurea.

Esta libreta es un medio entre el trabajo de campo y el gabinete, prueba del peso del conocimiento botánico en la comprensión de Velasco sobre el paisaje, a través de prácticas que no han sido suficientemente consideradas en el pasado. Es una herramienta en la producción del conocimiento.